domingo, 13 de julio de 2014

107. PLENILUNIO. De Sibila


Como un mago dispuesto a lanzar su encantamiento, el hombre se mantuvo estático. En un momento se apoderó de la atención de aquel recinto de luces tenues y ambarinas. Su audiencia aguardaba en silencio, expectante. Luego de esos instantes, tomó su instrumento con agilidad prodigiosa. Sentado en el banquillo, dio comienzo a una introducción de vibrato y arpegios. El instrumento y su dueño, en resonancia con el trino de un ave, dieron paso a la urdimbre de música, voz y relato. Cantos de tragedia y amores perdidos, de viajes y mundos imposibles. Y de una mujer que pintaba cada noche de plenilunio hasta que el amanecer se llevaba su obra. La cantó con la voz clara de un conjurador y la música le dio vida.
A ratos asincrónica y luego con cadencias ululantes, la música traía de vuelta a aquella mujer que cada noche, forjaba una imagen en su mente. Y cada una era una puerta, una posibilidad evanescente. Sólo hasta que existía el recuerdo duradero, entonces iba al lienzo para darle vida. Esa noche habitaba la luna llena. Esa noche era la última para sus creaciones: dos amantes en un cuadro, otro de un barco sobre el mar embravecido y un ensueño de islas flotantes. Se aproximó al último lienzo y lo abordó con impaciencia febril: era la hechicera imagen de un hombre. Dejó que el pincel le hablara, mezclando colores, tonos que se unificaban en algo, en alguien. Se creaban formas y sombras. Un migrante velo de luz tocó el lienzo, en la silueta de un hombre con un laúd en su regazo.

Seudónimo: Sibila

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.