domingo, 5 de julio de 2015

34. ENTOMOFILIA. De Lepidóptero


Al principio no me fijé en ella. No era una mujer que llamase la atención. Tras su incorporación, insistió en encargarse de traer el café para todos en la oficina. Empecé a reparar en ella cuando Alberto me dijo que no paraba de mirarme. Ella no me gustaba. Era demasiado bajita y me desagradaban sus trajes de flores. Preferí no hacerle caso para no darle esperanzas. Pensaba que había pillado la indirecta. Entonces fue cuando comencé a sentir un cosquilleo en el estómago. No quise admitir que se trataba de algo especial, pero el cosquilleo se convirtió en un revoloteo frenético. Solo me ocurría cuando ella estaba cerca. Y, sin embargo, seguía sin atraerme. El revoloteo era ya doloroso. Tenía que averiguar qué era lo que me estaba pasando con esa mujer. La seguí hasta su casa una noche. Me abalancé sobre ella cuando abrió la puerta de su apartamento. La tenía agarrada por las muñecas encima de la barra de la cocina. Las paredes de su casa estaban cubiertas por unos inmensos terrarios repletos de gusanos de seda, crisálidas y mariposas.
—Me los metiste en el café— le dije.
Ella estiró el cuello y me besó. Noté cómo algo daba piruetas en mi interior y ascendía por mi esófago. Ella se retiró. Estaba sonriendo. Abrió la boca y vi una mariposa azul posada en su lengua. Agitó las alas y voló hasta mi nariz. Escuché un crujir de cristales y un ensordecedor aleteo. La habitación se transformó en un torbellino de colores. Era como si me hiriesen la piel con caricias.
Seudónimo: Lepidóptero

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