lunes, 29 de junio de 2015

30. INTERNO 11. De Peregrino


-"Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad". ¡Ja! Más bien una pequeña verdad dentro de una gran mentira. La frase se lo ocurrió realmente a Armstrong, ¿sabes? No estaba en el guion y la propuso justo antes de rodar la escena. Tenía tantas ganas de que fuera verdad que pienso que llegó a creérselo… al menos por un instante. Todo lo demás fue sólo un inmenso montaje. Lo sé bien porque yo estuve allí. Semanas de ensayos y grabaciones en aquel condenado plató. Era como una cárcel: veinticuatro horas vigilados por la Policía Militar, la CIA, el FBI y… ¡Cristo bendito!
Apartó con gesto de hastío la bandeja de comida, que chirrió al rozar contra la desgastada superficie de la mesa.
-¡Qué asco! Aquí todo sabe a esas putas medicinas.
-Es verdad —respondió el otro sin dejar de masticar la enorme bola de puré de patata que se había metido en la boca, ni siquiera cuando, casi ahogándose, hubo de dar un largo trago de agua del rallado vaso de plástico.
-No te confundas —continuó, mientras se rascaba la parte baja de la espalda: la áspera tela del uniforme le producía urticaria—. Yo no fui mejor que los demás. Me callé como una zorra y acepté la pasta que me ofrecieron. Y me hice el tonto como todo el mundo, simulando que también creía aquella absurda historia. Después de todo, lo vimos por la tele, ¿no? Entonces, tenía que ser verdad…
-A mí me gusta mucho la tele —le replicó alegre, mientras apuraba el plato y miraba con codicia la comida casi intacta de su compañero.
-Pero un día ya no pude más —continuó—. Tenía que sacármelo de dentro. Y esos hijoputas me encerraron aquí…
-Te entiendo perfectamente —le respondió recolocándose el bicornio de papel—. A mí me hicieron lo mismo. Pero la próxima vez que escape no volverán a encerrarme en Santa Elena.

Seudónimo: Peregrino

domingo, 7 de junio de 2015

19. SUICIDIO. De El Sr. del Costal


Desesperada, Medusa, se miró al espejo.

Seudónimo: El Sr. del Costal

18. UNA ESPECIE INTERESANTE. De Geralt


¿Has oído hablar de los gurlangs, hijo? Abundan por aquí. Miden hasta tres metros, mandíbulas de acero, cuatro juegos de dientes retráctiles... y totalmente invisibles. Cuando llegué a este planeta no sabía ni que existían. Fue una noche de tres lunas como esta. Dolt... ¿Te conté sobre él? Un buen chico... Dolt y yo teníamos la primera guardia y conversábamos desde hacía un rato. Ya sabes: mujeres, el campamento, la infancia allá en la Tierra, mujeres... En ese momento oí el chasquido y una lluvia de sangre me cayó encima. Los huesos de Dolt crujían y la carne se hizo agua bajo los efectos del ácido, corriendo por miles de millones de conductos hacia las células del gurlang. Es el único momento en que se hacen visibles, la digestión celular dura unos segundos y luego se desvanecen otra vez. Te digo, son asquerosos. El terror me dejó clavado en el lugar. Afortunadamente se contentan con un hombre, o a veces hasta un jovencito como tú, depende del tamaño del gurlang. No, hijo, no trato de asustarte, solo quiero que uses la visión térmica de vez en cuando y no te separes de mí. Es lo más prudente.

Seudónimo: Geralt 

martes, 2 de junio de 2015

15. LO IMPOSIBLE. De Roberto Oscuro


El silencio ocupó el estadio al entrar el equipo terrestre. Once hombres ágiles como leopardos, fuertes como gladiadores. El público marciano contempló admirado sus cascos con escudo─holograma, sus gafas de infrarrojos con microordenador incorporado, el resplandeciente uniforme de tejido ultratérmico, las botas aptas para todos los terrenos, programadas para volar. Ningún espectador hubiera podido comprarse un atuendo semejante ni con su salario de un año.
El equipo local, con su atuendo lavado muchas veces y sin un solo nanosensor que siguiera funcionando, las zapatillas cómodas de puro viejas, parecía un grupo de escolares que aprenden a jugar al fútbol. 
Pero aquellos muchachos tenían coraje, tenían pasión, y corrían como leones hambrientos. Así habían llegado a aquella final impensable de la copa Solar, retrasmitida en directo a todas las colonias habitadas y a la Tierra misma, donde se habían hecho millones de apuestas.
Durante 45 minutos el público contuvo el aliento ante cada ataque enemigo, y vibró con los propios, bajo el rojo cielo de Marte, crepuscular. Llegaron al descanso 0 a 0. 
El estadio bramaba al empezar la segunda parte. Parecía posible asaltar los cielos, que un sueño largamente acariciado se hiciera realidad: derrotar a los grandes, los mejores.
Pero la portería contraria era inexpugnable, y su delantero centro, un africano hermoso y elegante en su juego, era capaz de mil prodigios. Consiguió el primer gol. Un gemido ronco recorrió las gradas. Luego llegaron dos goles más.
Cuando el árbitro pitó el final, los colonos despidieron a los visitantes, que volvían a su plateada nave espacial, entre lágrimas y rencor fascinado. Algunos decidieron olvidar, otros no volver a soñar nunca, otros se juraron que la próxima vez.
Regresaron a sus casas subterráneas en la noche triste.

Seudónimo: Roberto Oscuro