lunes, 30 de enero de 2017

19. EL SR. DEL COSTAL. De Alderix Cacto


Abrí la cama y me acosté en la ventana.
Una mosca fue mi almohada y una hoja de agua mi cobija.
La noche era amarilla, olía a menta,
y en el suelo volaban diminutos canarios negriazulinos.
Cerré mis cortinas y el canto armonioso de las cucarachas
me ayudó a entregarme por completo al sueño:

—¿Qué seríamos sin sueños?
¿Ojos rojos? ¿Qué somos sin ensueños?
¿Corazones autómatas?
Tú, ¿eres un sueño fantástico?—
me preguntó un hada en la parada del Gatobús.

El armario despertador enmudeció siete camisas tarde.
Le di un trapazo cariñoso para evitar que se descompusiera:
un gesto de aprecio o reconocimiento levanta el ánimo.
Un buen baño de hormigas frías y un vaso de jugo de sol
me devolvieron un poquito más de energía para trabajar:

La primer pesadilla que compré durante la mañana
fue la de una joven muñeca mecánica
con el pecho oxidado:
treinta sueños le pagué por ella.
La segunda a un espantapájaros jubilado:
veintisiete y medio sueños me costó.
La tercera a una madre de trapo deshilachada:
quince sueños aceptó a cambio.
La cuarta a una lagartija asoleándose:
cuarenta sueños quiso que le diera.
La quinta a una nena de librería con su mochila rota:
cien sueños le ofrecí y aceptó contenta.
La sexta a una rata borracha:
sólo me pidió cinco sueños.
La séptima a una mariquita rabiosa:
exigió quince sueños.
Luego vino la octava… la novena… la décima…
En fin… sería una larga jornada laboral:

¿Setenta y dos pijamas de compra y reciclaje de pesadillas,
por doce de descanso, es un reto agotador?
Sí, pero vale la pena devolver sonrisas.  

Seudónimo: Alderix Cacto

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